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pilarhq

EL MARQUI

El Marqui se paralizó dos minutos antes de partir, ahí no había nadie que lo reconociera y sin embargo estaba ahí temblando, desprovisto de su atuendo de prepotente. Tampoco, tenía esperanzas de volver triunfante, se iba derrotado a un mundo ajeno, extraño, distinto de sus sueños y congojas. Nunca imaginó irse, y jamás pensó abandonar la familia, ni a los amigos, ni los patas de su barrio de villa el salvador; ni siquiera el polvo y la arena en los zapatos. Pero antes de sentirse peor, fragmentó su tarjeta del cine planet, destrozó los miles de puntos acumulados para entradas gratuitas, y se desgarró de su idilio de cinéfilo misio. Odiaba irse para Barcelona, como antes ya lo habían hecho Maritza, Zoila y esa chica menudita que no recordaba su nombre y que de hecho estudió con él en el quinto año del colegio nacional Manuel González Prada. Odiaba partir sin nadie que lo despidiera. Solo. Todos ausentes, menos sus recuerdos, su conciencia.

Cómo arrinconar en la indiferencia del olvido, sus años de estudiante entupido, sus días de playas con pisco de a sol, de discotecas; y esas juergas de los sábados por las noches, de amanecida con chicas lindas y amorosas. Terminó la primaria sin saber sumar ni restar y mucho menos dividir ni multiplicar; la ortografía ni siquiera había asomado en sus clases de secundaria y las clases de educación cívica eran un relajo total; no se respetaba ni el derecho de la maestra de tener un poco de audiencia para sus clases de libertad de expresión, estado de derecho, libertad de elección. Aburrida maestra egresada de instituto superior, sin derecho al respeto, sin tregua para ser querida ni para quererlos por vivir entre tanta arena.

María fue por años su única confidente, era perfecta, de gran corazón, siempre enamorada de él, siempre presente, siempre esperando ese te amo que nunca llegó por ser fea, dentona y pecosa con cabello graso y barros en una grasosa nariz que destrozaba esa hermosa sonrisa de beata incólume, intensamente fiel a sus sufrimientos, a su tonta espera de amor en un chico amante de la belleza femenina, enamorado de Teresa, la figurita Barby de quinto de media.

La primera vez que probó marihuana, tenía 8 años, se lo dio “el trique antes” del recreo. Ese día tuvo su primera sonrisa idiota y su primer “tirarse la pera”. Estaba en quinto de primaria, había ingresado a los cuatro años, eran según decían sus padres un genio. Por eso lo matricularon pequeñito, tristemente tuvo que cambiar sus carritos y su traje del hombre araña, por los libros y lápices, por plumones y sus horas de ver al chavo del ocho, eran su única distracción. Lástima que su genialidad, no fuera afianzada por la iracunda y estúpida maestra a quien le habían asignado su educación. Ella ni enseñaba a leer ni a escribir, apenas algunas palabras, apenas algunos números, apenas algunos dibujos mientras contemplaban cómo “La Oblitas”, sólo se dedicaba a llenar cupones para el sorteo de una marca de fideos. Nadie repitió en primer grado, tampoco en segundo, menos en tercero ni en cuarto. Nadie aprendió mucho, nadie se preocupó por saber más. A nadie le importa los pobres del Perú. A nadie, y menos a ellos.

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